
Contemplando desde afuera el transcurso de mi vida, me doy cuenta de que no tiene un aspecto feliz. Sin embargo, me asiste menos razón todavía para considerarla desdichada, a pesar de todos los errores cometidos. Pensándolo bien, es realmente cosa necia así de indagar la felicidad a la adversidad, pues me parece más difícil renunciar a los días más penosos de mi vida que a todos los alegres unidos. Si la vida humana estriba en aceptar concientemente lo ineludible, saborear a fondo lo bueno y lo malo, y conquistarse además de la suerte exterior un destino íntimo, más esencial y no del todo fortuito, se puede decir que mi vida no ha sido mezquina ni mala. Si el hado pasó por encima de mí como de todos, inevitable y decretado por los dioses, mi destino interior ha sido, sin embargo, obra mía, cuya dulzura o acritud me corresponde a mi mismo y cuya responsabilidad estoy asumida a asumir yo sola